Aborto
Fecha de publicación: 04 Mar 2020
Cuando me vino a ver, me dijo que tenía algo terrible que contarme y que pesaba sobre sus hombros y su conciencia. Nos vimos varias veces hasta que finalmente y, entre lágrimas, respiración agitada, manos temblorosas y sudor frío, me contó que teniendo dieciséis años se quedó embarazada y se auto-provocó un aborto. Yo era en ese momento la primera persona a la que le había confesado en voz alta su “horrible crimen”, utilizando sus propias palabras.
En Argentina se aborta el doble que en el resto de América, según un informe de Human Rights Watch publicado en 2010. La ONG afirma que, cada año, hay entre 400.000 y 600.000 interrupciones de embarazo. Las condiciones sanitarias en las que se practica la operación suelen ser deplorables. En el año 1921, se aprobó una ley dentro del Código Penal argentino que permitía el aborto “si el embarazo proviene de una violación o de un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente”. En tal caso, debía ser requerido el consentimiento de su representante legal para proceder a la intervención.
Sobre esas 35 palabras se han escrito cientos de páginas. Hay juristas que interpretan que solo las mujeres “idiotas o dementes” pueden acogerse a él. Y otros que alegan que cuando el Código habla de “una violación”, engloba a cualquier mujer. No ha sido hasta el pasado martes 13 de marzo que la Corte Suprema de Justicia de Argentina ha ratificado un fallo por el que los médicos podrán practicar un aborto siempre que la embarazada o su representante legal confirmen, mediante una declaración jurada, que el embarazo es consecuencia de una violación.
El 23 de febrero de 2003, Romina Tejerina, tras dar a luz a su hija, la colocó en una caja y a través del cartón le infringió varios puntazos con un cuchillo. En su descargo, la joven alegó que siempre ocultó su embarazo por vergüenza. Argumentó que no tenía plena conciencia de lo que había realizado y, además, alegó que la niña era fruto de una violación. Su supuesto violador, años después, fue sobreseído, y en Noviembre de 2006 la Corte Suprema Nacional confirmó la medida.
En la provincia de Entre Ríos, una niña de 11 años con fuertes dolores en la barriga, fue llevada de urgencia por sus padres al hospital donde le detectaron que estaba embarazada. No se le permitió abortar. Al Ministro de Salud de la provincia, Hugo Cettour, le pareció todo muy razonable y destacó la sabiduría de la naturaleza que, a su entender, guía a los destinos de la pequeña, ya que si tiene edad para ovular, tiene edad para parir.
Esta semana, el mundo entero se ha sobrecogido con el caso de Amina Filali de Chourfa, acontecido en una pequeña zona rural de Marruecos. La vida de Amina cambió hace ocho o nueve meses cuando fue violada. Tenía quince años. El padre de la pequeña denunció al violador, pero algún oportuno jurista recordó que el artículo 475 del Código Penal marroquí permite al violador de una menor de edad casarse con la víctima y, evitar así, el juicio y la cárcel. Según la ley marroquí, como la de muchos otros países de su entorno cultural, “el agresor, al casarse, reconoce su culpabilidad”. En otras palabras, es como si condenan a un cura pederasta a dar masajes a niños. Es más, para que no se te juzgue por violador (porque eres un hombre y tienes todos los derechos), vamos a legalizar tus violaciones para que puedas seguir violando dentro del matrimonio. Es decir, la mujer solo sirve para ser penetrada por su vagina cuando yo quiera o como yo quiera. Su consentimiento no viene al caso, ya que para algo es mía.
La peor pesadilla de Amina se hizo pues realidad. Sus padres consintieron el casamiento de su hija con el violador, para salvar así el honor de la familia. Con quince años y habiendo sido violada, fue obligada a abandonar la casa de sus padres para irse a vivir a la casa de los padres de su agresor, donde fue maltratada y llamada prostituta porque, según comentó la víctima antes de morir, le decían que era la culpable de lo que le pasó por andar sola en la calle. Ella intentó regresar a su hogar en varias ocasiones y sus padres le denegaron la entrada, de modo que el pasado sábado decidió ingerir matarratas y acabar así con el horror de su vida. Prefirió morir que vivir. Todo esto en el pasado mes de la mujer, MARZO.
Y vamos con el cuarto caso. Una mujer afgana llamada Gulnaz, no solo ha tenido que sufrir la pesadilla de la violación sino que además ha sido condenada a doce años de cárcel por ello. La agresión que sufrió -por parte del marido de su prima- durante diecinueve años, fue vista por los tribunales como adulterio. Dos años después, deberá tomar una difícil decisión si quiere seguir con su vida lejos de las rejas: contraer matrimonio con el agresor.
Desde la prisión de Kabul Badam Bagh, Gulnaz contó que aceptará casarse con el atacante, y que lo hará por su hija de dos años, fruto de la propia violación, mientras la sostenía en brazos, tal como se pudo apreciar en el vídeo difundido por la televisión estadounidense. "Así mi hija podrá seguir teniendo una madre", señaló.
Al principio, os hablaba de una mujer que me vino a ver porque necesitaba contarle a alguien que en su adolescencia abortó. A ninguna mujer le gusta abortar; a ninguna. Todos y cada uno de los casos, son islas con sus circunstancias e idiosincrasias.
Con el tiempo, tuve la oportunidad de hacer un trabajo con la hija de esta mujer. Este caso tiene nombre y apellido, aunque obviamente nunca los daré. Durante la realización de un curso y luego de practicar una relajación grupal tras un día de emociones intensas y de apertura adecuada, sometí a las integrantes a una relajación de útero materno. Cuando ésta concluyó, la joven se me acercó en privado para contarme algo que le había sucedido y le había creado una gran confusión. El motivo por el que esta persona quería hacer el trabajo grupal era por su temor a tener hijos, que como consecuencia de ello, le traía serios conflictos de pareja. Fantaseaba con la idea de que el niño podría morir en el parto y se negaba a quedarse embarazada. Estoy hablando de la hija de la mujer que años atrás me confesó que había abortado.
Lo que le había sucedido en la relajación es que se había visto a ella misma, en el útero de su madre, sabiendo que iba a morir, percibiendo el pensamiento y los latidos acelerados de su madre, momentos antes de provocar que ella muriera en un aborto. Y, efectivamente, sintió cómo se diluía en un túnel rojo hasta la muerte. ¡Evidentemente yo no podía responderle! No puedo asegurar que el espíritu de esta mujer fuese el mismo espíritu del ser que su madre había abortado quince años antes de que ella naciera. O si lo que sucedió fue que ella captó el pensamiento de su madre cuando estaba en el útero materno, habiéndose quedado los recuerdos impregnados en el sistema nervioso. Lo que sí puedo asegurar es que las dos únicas personas que sabíamos que se había producido ese aborto fuimos su madre y yo. Y ninguna de las dos se lo contamos. Le invité a que hablara con su madre y le contara cómo había sido su embarazo, su experiencia y sus pensamientos; si al saber que estaba embarazada de ella fue una noticia triste o alegre, y qué sucedió en el parto.
No conozco el final de esta historia; lo que sí puedo asegurar es que somos seres en proceso de evolución; que cada una de las experiencias que vivimos nos hacen crecer. Lo que más me convence de la evolución espiritual es la reencarnación. Un aborto no es quitarse de encima algo como una verruga, aunque sea del tamaño de la verruga, ya que tiene una conciencia impregnada por todos los dones de la humanidad, que está viva. Y quién sabe, si para su aprendizaje, ser abortado es lo correcto o no lo es. No soy quién para juzgarlo. Quizás de esta manera, estén ambos pagando y creando un karma mutuo y futuro.